A
continuación tendremos una breve síntesis de los grandes avances y logros del
Teatro Puertorriqueño. Como País en la lucha de 500 años, no ha hecho otra cosa que
cimentar su nacionalidad, mostrar sus costumbres, su historia, sus ideas sobre
el presente y La forma puertorriqueña de pensar sobre las cosas que más
preocupan al hombre. Porque el teatro, además de ser uno de los
entretenimientos por excelencia, es también el más importante foro de ideas,
denuncias y cuestionamientos de una sociedad civilizada.
Los
pobladores taínos y sus ancestros, Utilizaban formas teatrales en las que se
mezclaba el entretenimiento, la memoria histórica y la adoración religiosa. No
debemos pensar que la idea del teatro llegó con los europeos, el teatro no es
algo que “se inventa”, sino que nace natural, con las mismas emociones humanas,
como una necesidad espiritual. Por el contrario, las formas de baile llamadas
areítos y otros juegos de representaciones taínas o arahuacas, existían desde
la misma prehistoria y surgieron en épocas similares a las formas del teatro
griega.
Por
ejemplo los areitos no sólo eran ceremonias religiosas, sino también en ellos
se hablaba de la historia de los caciques y sus familias, se hablaba de la vida
de sus dioses, de la cosecha, de la pesca y de las incertidumbres del mañana.
Los conquistadores al llegar realizaron cabios radicales y traumáticos,
borrando sus tradiciones y costumbres. Por lo que llego una representación teatral para que a través de ella, se adoctrinara en el cristianismo a los
pobladores del país. Todas las representaciones teatrales tenían la obligación
de realizarse “por lo divino”, es decir, que tratasen temas de religión, de
virtud y de cristianismo. En ellas participaban las señoritas y señoritos de la
sociedad y hasta los mismos sacerdotes. El lugar de representación era el atrio
de la Iglesia y se realizaban en cada festividad cristiana.
Ya
en el siglo XVII comienzan a representarse formalmente comedias escritas en
España, por grupos de aficionados locales que levantaban tablados con estos
propósitos. En Puerto Rico durante todo ese siglo, la representación de
comedias era actividad obligada de la celebración. Así, nace un primer grupo de
actores, maromeros y prestidigitadores que se lanzan a la calle a buscar el
favor del público, a contar historias y entretener el aburrido paso de la vida
en la provincia.
Es en 1747, cuando el primer actor y dramaturgo puertorriqueño, Lorenzo de Ángulo, improvisa sus actos
de histrionismo y escribe sus sainetes, representándolos por las calles de San
Juan y describiendo con ellos el acontecer político y social de nuestro pueblo.
Es en este momento en que el gobierno da las licencias profesionales a los
primeros actores del país, licencias con las que el gobierno cobraba su parte
mediante la creación de un “impuesto de representación”. Este impuesto era
cobrado tanto a los actores locales, como a los que llegaban de España en sus
giras artísticas.
Entre los primeros actores puertorriqueños se
encontraban profesionales de todo tipo, comerciantes, obreros, prostitutas y
esclavas, quienes encontraban en el teatro una forma de ganar algún dinero.
En
esa lucha entre lo divino y lo profano llegamos al siglo XIX, que es el siglo
donde comienza a definirse su identidad
y nacionalidad; esa identidad le deberá
mucha de su fuerza y de su afirmación, a los escritores y actores de este
siglo.
Los teatros continúan levantándose de manera
provisional, llamándose “Tablados al uso”.
En todo San Juan, a lo largo de la última mitad del siglo XVIII se levantaron
varios de estos alrededor de las plazas
y las ermitas, hasta que a finales en 1797 se construye el primer “Rancho de Comedias” o “Parque de la Maroma”, en lo que hoy es
el interior de la cuadra entre las calles Sol y Luna, esquina del Cristo del
Viejo San Juan. Este teatro estuvo en funciones hasta 1814 y era propiedad del
Cabildo de San Juan. En 1822 comienza la construcción de lo que será el primer
teatro: “Los Amigos del País”, en el
costado oeste de lo que fue el Hospital Militar en el Barrio Ballajá del Viejo
San Juan. Este teatro tuvo capacidad para más de 2,000 espectadores.
“El Gobernador español Salvador Meléndez
Bruna, perseguidor de los reformistas puertorriqueños liberaliza las normas
sobre el teatro y él mismo, como aficionado, retiene el derecho de aprobación y
promueve las comedias. Se cree que esta afición se debía al gusto del
Gobernador por las fiestas y tertulias con los actores, y al odio que tenía al
Obispo Juan Alejo de Arizmendi, primer Obispo Puertorriqueño. Este odio era
mutuo. Y el Obispo no vio mejor manera de atajar al Gobernador, que lanzando
desde el púlpito y en forma de pastoral eclesiástica una diatriba contra el
teatro, llamándolo “oficina de la lujuria” y “serrallao de la pública honestidad”,
palabras demasiado fuertes en una época en que ya el teatro había adquirido una
preponderancia social difícil de opacar. Esta rabia del Obispo tuvo el efecto
de apartar del teatro a ciertos sectores de la aristocracia que lo apoyaban
entonces, pero a su vez estimuló la participación de más sectores populares a
quienes tenía sin cuidado la opinión de la Iglesia.”
Pero
no sólo en los grandes teatros comenzó a desarrollarse una tradición teatral
digna de pasar la historia, sino también en los pequeños salones de los casinos
y los grupos culturales. El primer grupo cultural, en que el teatro formó parte
fundamental de su trabajo fue La
Filarmónica, fundada en 1846 por un joven, que pocos años después se convertirá
en el más importante escritor de teatro de todo el siglo XIX: Don Alejandro Tapia y Rivera
(1826-1882). La Filarmónica llevará a escena la primera obra de teatro
puertorriqueño de la que se tenga
noticia verificable. No quiere decir esto que antes de Tapia no hubiese autores
puertorriqueños; los hubo y varios, como Celedonio Luis Nebot, José Simón
Romero Navarro, Carmen Hernández de Araujo, Ramón C.F. Caballero, pero ninguna
de sus obras teatrales obtuvo la difusión o el éxito de la obra Roberto
D’vreux, escrita y estrenada por Tapia en 1856. La primera versión de esta
obra, sin embargo, fue censurada antes de ser estrenada y por ello y por otras
cosas propias de su carácter aventurero y valiente, el joven autor Tapia se ve
forzado a un duelo en el que es herido y es obligado a huir del país, convirtiéndose
así en el primer escritor exilado de toda la literatura. Sin embargo, el exilio
de Tapia en España le sirvió para mejorar sus conocimientos, para aprender
nuevas formas y aventurarse a representar nuevos contenidos.
En
el siglo XX, el nuevo gobierno
estadounidense impuso de inmediato sus maneras de hacer cultura. En algunos
lugares comenzó a representarse teatro en el idioma inglés y llegaron a la
Isla, compañías teatrales en ese idioma, Pero los puertorriqueños no apoyaron
esas muestras de teatro y solicitaban a las compañías locales y españolas que
se hiciera un teatro que evidenciara la
situación que se vivía.
Con las nuevas ideas europeas sobre la
revolución social y las luchas entre las clases, en los primeros diez años del
siglo XX surgieron entonces dos importantes vertientes en el quehacer teatral
puertorriqueño: el teatro de alta sociedad y el teatro obrero. El teatro de la
alta sociedad fue un teatro nostálgico de la España ida. Un teatro escrito con
el recuerdo de la influencia de los grandes dramaturgos españoles. Entre los
autores de este tipo de teatro se destacó José Pérez Lozada, español radicado
en la isla, que escribió exitosas comedias que hicieron reír a la sociedad capitalina
de entonces.
Mientras, en la fila del
piquete, en las centrales y en la huelga cañera, un grupo de hombres y mujeres
usaron el teatro para enseñar a los obreros a defenderse de las explotaciones
de las centrales. Los autores y actores más importantes de este momento lo
fueron Ramón Romero Rosa, Enrique Plaza, José Limón de Arce, Magdaleno
González, y la muy reconocida líder obrera, Luisa Capetillo.
Los años veinte y treinta llegan con una
depresión económica apabullante y un clima de gran inestabilidad política
producto de las luchas del Gobierno por reprimir y apresar un naciente
nacionalismo que buscaba reafirmar la identidad puertorriqueña ante la fuerza
con la que se imponía la cultura estadounidense.
En
1938 ocurre uno de los eventos teatrales más importantes del siglo XX: el
Certamen de Teatro del Ateneo Puertorriqueño de ese año. A él concurren varias
obras, convocadas por el llamado de esta Docta Casa de la Cultura, para que los
dramaturgos sometieran ante su consideración obras de teatro de alto sentido
puertorriqueño, obras de la nacionalidad y de la actualidad palpitante. Los
ganadores de esta justa lo fueron Manuel
Méndez Ballester con su obra El clamor de los surcos, Fernando Sierra
Berdecía con su obra Esta Noche juega el joker y Gonzalo Arocho del Toro con su
obra El desmonte.
El
año 1985 fue un año de grandes inicios. En ese año se funda la Productora
Nacional de Teatro, conglomerado de las siete compañías de teatro más antiguas
del país; se funda la Revista Intermedio de Puerto Rico, primera revista
dedicada al teatro puertorriqueño; se funda el Archivo Nacional de Teatro
Puertorriqueño, donde se recoge todo el patrimonio teatral del país, es decir,
libretos, recortes, libros, manuscritos y programas de teatro y cuya sede hoy
se encuentra en el Ateneo Puertorriqueño; se funda además la Sociedad Nacional
de Autores Dramáticos y un año después se funda el fallido Colegio de Actores
de Teatro de Puerto Rico.
La
última década del siglo XX fue una época de cambios radicales y rápidos en el
teatro. Parecería como si el ritmo razonable de aparición de obras, actores y
autores de pronto hubiera recibido un gran impacto.
Surge toda una nueva generación de productores
jóvenes, discípulos de los teatreros de antaño, que se compenetran con su época
de cambios y comienzan a llegar al teatro nuevas estrategias de mercado, de
producción y hasta de aplicaciones tecnológicas. Esta generación de productores
se caracteriza por trabajar con dedicación en aquellos aspectos que
garantizarán el éxito de las obras, con énfasis particularmente en la
publicidad y en la selección de los autores y actores.