martes, 1 de octubre de 2013

TEATRO PUERTORRIQUEÑO

A continuación tendremos una breve síntesis de los grandes avances y logros del Teatro Puertorriqueño. Como País en la  lucha de 500 años, no ha hecho otra cosa que cimentar su nacionalidad, mostrar sus costumbres, su historia, sus ideas sobre el presente y La forma puertorriqueña de pensar sobre las cosas que más preocupan al hombre. Porque el teatro, además de ser uno de los entretenimientos por excelencia, es también el más importante foro de ideas, denuncias y cuestionamientos de una sociedad civilizada.

Los pobladores taínos y sus ancestros, Utilizaban formas teatrales en las que se mezclaba el entretenimiento, la memoria histórica y la adoración religiosa. No debemos pensar que la idea del teatro llegó con los europeos, el teatro no es algo que “se inventa”, sino que nace natural, con las mismas emociones humanas, como una necesidad espiritual. Por el contrario, las formas de baile llamadas areítos y otros juegos de representaciones taínas o arahuacas, existían desde la misma prehistoria y surgieron en épocas similares a las formas del teatro griega.

Por ejemplo los areitos no sólo eran ceremonias religiosas, sino también en ellos se hablaba de la historia de los caciques y sus familias, se hablaba de la vida de sus dioses, de la cosecha, de la pesca y de las incertidumbres del mañana. Los conquistadores al llegar realizaron cabios radicales y traumáticos, borrando sus tradiciones y costumbres. Por lo que  llego una representación teatral para que  a través de ella, se  adoctrinara en el cristianismo a los pobladores del país. Todas las representaciones teatrales tenían la obligación de realizarse “por lo divino”, es decir, que tratasen temas de religión, de virtud y de cristianismo. En ellas participaban las señoritas y señoritos de la sociedad y hasta los mismos sacerdotes. El lugar de representación era el atrio de la Iglesia y se realizaban en cada festividad cristiana.
Ya en el siglo XVII comienzan a representarse formalmente comedias escritas en España, por grupos de aficionados locales que levantaban tablados con estos propósitos. En Puerto Rico durante todo ese siglo, la representación de comedias era actividad obligada de la celebración. Así, nace un primer grupo de actores, maromeros y prestidigitadores que se lanzan a la calle a buscar el favor del público, a contar historias y entretener el aburrido paso de la vida en la provincia.

Es en 1747, cuando el  primer actor y dramaturgo puertorriqueño, Lorenzo de Ángulo, improvisa sus actos de histrionismo y escribe sus sainetes, representándolos por las calles de San Juan y describiendo con ellos el acontecer político y social de nuestro pueblo. Es en este momento en que el gobierno da las licencias profesionales a los primeros actores del país, licencias con las que el gobierno cobraba su parte mediante la creación de un “impuesto de representación”. Este impuesto era cobrado tanto a los actores locales, como a los que llegaban de España en sus giras artísticas.

Entre los primeros actores puertorriqueños se encontraban profesionales de todo tipo, comerciantes, obreros, prostitutas y esclavas, quienes encontraban en el teatro una forma de ganar algún dinero.
En esa lucha entre lo divino y lo profano llegamos al siglo XIX, que es el siglo donde comienza a definirse su  identidad y  nacionalidad; esa identidad le deberá mucha de su fuerza y de su afirmación, a los escritores y actores de este siglo.

Los teatros continúan levantándose de manera provisional, llamándose “Tablados al uso”. En todo San Juan, a lo largo de la última mitad del siglo XVIII se levantaron varios de estos alrededor de las plazas y las ermitas, hasta que a finales en 1797 se construye el primer “Rancho de Comedias” o “Parque de la Maroma”, en lo que hoy es el interior de la cuadra entre las calles Sol y Luna, esquina del Cristo del Viejo San Juan. Este teatro estuvo en funciones hasta 1814 y era propiedad del Cabildo de San Juan. En 1822 comienza la construcción de lo que será el primer teatro: “Los Amigos del País”, en el costado oeste de lo que fue el Hospital Militar en el Barrio Ballajá del Viejo San Juan. Este teatro tuvo capacidad para más de 2,000 espectadores.

El Gobernador español Salvador Meléndez Bruna, perseguidor de los reformistas puertorriqueños liberaliza las normas sobre el teatro y él mismo, como aficionado, retiene el derecho de aprobación y promueve las comedias. Se cree que esta afición se debía al gusto del Gobernador por las fiestas y tertulias con los actores, y al odio que tenía al Obispo Juan Alejo de Arizmendi, primer Obispo Puertorriqueño. Este odio era mutuo. Y el Obispo no vio mejor manera de atajar al Gobernador, que lanzando desde el púlpito y en forma de pastoral eclesiástica una diatriba contra el teatro, llamándolo “oficina de la lujuria” y “serrallao de la pública honestidad”, palabras demasiado fuertes en una época en que ya el teatro había adquirido una preponderancia social difícil de opacar. Esta rabia del Obispo tuvo el efecto de apartar del teatro a ciertos sectores de la aristocracia que lo apoyaban entonces, pero a su vez estimuló la participación de más sectores populares a quienes tenía sin cuidado la opinión de la Iglesia.”

Pero no sólo en los grandes teatros comenzó a desarrollarse una tradición teatral digna de pasar la historia, sino también en los pequeños salones de los casinos y los grupos culturales. El primer grupo cultural, en que el teatro formó parte fundamental de su trabajo  fue La Filarmónica, fundada en 1846 por un joven, que pocos años después se convertirá en el más importante escritor de teatro de todo el siglo XIX: Don Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882). La Filarmónica llevará a escena la primera obra de teatro puertorriqueño de la  que se tenga noticia verificable. No quiere decir esto que antes de Tapia no hubiese autores puertorriqueños; los hubo y varios, como Celedonio Luis Nebot, José Simón Romero Navarro, Carmen Hernández de Araujo, Ramón C.F. Caballero, pero ninguna de sus obras teatrales obtuvo la difusión o el éxito de la obra Roberto D’vreux, escrita y estrenada por Tapia en 1856. La primera versión de esta obra, sin embargo, fue censurada antes de ser estrenada y por ello y por otras cosas propias de su carácter aventurero y valiente, el joven autor Tapia se ve forzado a un duelo en el que es herido y es obligado a huir del país, convirtiéndose así en el primer escritor exilado de toda la literatura. Sin embargo, el exilio de Tapia en España le sirvió para mejorar sus conocimientos, para aprender nuevas formas y aventurarse a representar nuevos contenidos.

En el siglo XX, el  nuevo gobierno estadounidense impuso de inmediato sus maneras de hacer cultura. En algunos lugares comenzó a representarse teatro en el idioma inglés y llegaron a la Isla, compañías teatrales en ese idioma, Pero los puertorriqueños no apoyaron esas muestras de teatro y solicitaban a las compañías locales y españolas que se hiciera un teatro que evidenciara  la situación que se vivía.

Con las nuevas ideas europeas sobre la revolución social y las luchas entre las clases, en los primeros diez años del siglo XX surgieron entonces dos importantes vertientes en el quehacer teatral puertorriqueño: el teatro de alta sociedad y el teatro obrero. El teatro de la alta sociedad fue un teatro nostálgico de la España ida. Un teatro escrito con el recuerdo de la influencia de los grandes dramaturgos españoles. Entre los autores de este tipo de teatro se destacó José Pérez Lozada, español radicado en la isla, que escribió exitosas comedias que hicieron reír a la sociedad capitalina de entonces.

Mientras, en la fila del piquete, en las centrales y en la huelga cañera, un grupo de hombres y mujeres usaron el teatro para enseñar a los obreros a defenderse de las explotaciones de las centrales. Los autores y actores más importantes de este momento lo fueron Ramón Romero Rosa, Enrique Plaza, José Limón de Arce, Magdaleno González, y la muy reconocida líder obrera, Luisa Capetillo.

Los años veinte y treinta llegan con una depresión económica apabullante y un clima de gran inestabilidad política producto de las luchas del Gobierno por reprimir y apresar un naciente nacionalismo que buscaba reafirmar la identidad puertorriqueña ante la fuerza con la que se imponía la cultura estadounidense.

En 1938 ocurre uno de los eventos teatrales más importantes del siglo XX: el Certamen de Teatro del Ateneo Puertorriqueño de ese año. A él concurren varias obras, convocadas por el llamado de esta Docta Casa de la Cultura, para que los dramaturgos sometieran ante su consideración obras de teatro de alto sentido puertorriqueño, obras de la nacionalidad y de la actualidad palpitante. Los ganadores de esta justa lo fueron Manuel  Méndez Ballester con su obra El clamor de los surcos, Fernando Sierra Berdecía con su obra Esta Noche juega el joker y Gonzalo Arocho del Toro con su obra El desmonte.

El año 1985 fue un año de grandes inicios. En ese año se funda la Productora Nacional de Teatro, conglomerado de las siete compañías de teatro más antiguas del país; se funda la Revista Intermedio de Puerto Rico, primera revista dedicada al teatro puertorriqueño; se funda el Archivo Nacional de Teatro Puertorriqueño, donde se recoge todo el patrimonio teatral del país, es decir, libretos, recortes, libros, manuscritos y programas de teatro y cuya sede hoy se encuentra en el Ateneo Puertorriqueño; se funda además la Sociedad Nacional de Autores Dramáticos y un año después se funda el fallido Colegio de Actores de Teatro de Puerto Rico.
La última década del siglo XX fue una época de cambios radicales y rápidos en el teatro. Parecería como si el ritmo razonable de aparición de obras, actores y autores de pronto hubiera recibido un gran impacto.


Surge toda una nueva generación de productores jóvenes, discípulos de los teatreros de antaño, que se compenetran con su época de cambios y comienzan a llegar al teatro nuevas estrategias de mercado, de producción y hasta de aplicaciones tecnológicas. Esta generación de productores se caracteriza por trabajar con dedicación en aquellos aspectos que garantizarán el éxito de las obras, con énfasis particularmente en la publicidad y en la selección de los autores y actores.

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